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El nombre de Toro entró en el escenario de nuestra historia hace mil años asociado al papel estratégico que entonces desempeñó como plaza fuerte de la frontera del reino asturleonés frente al territorio musulmán. Ninguno de los muchos e importantes acontecimientos de su densa trayectoria histórica posterior aportó a la ciudada una fama superior a la que dieron los viñedos, su principal fuente de riqueza.
Para el autor de la Crónica Rimada de Alfonso el Onceno, "Toro es la fuente del vino". De atrás le venía el prestigio al tinto de esta tierra, en la que Alfonso IX concedió plantaciones y exportaciones en el año 1225 a diversos monasterios de la Península, sin encontrar nuestros vinos seria competencia con los de La Rioja hasta el S. XVIII.
Ya la prudente reina María de Molina reguló con aranceles la venta de vino en Sevilla ordenando "que ningún tavernero ni tavernera u otro alguno que vendiese vino en odres que non venda vino de sierra nin del Aljarafe nin otro vino si non es el castellano blanco o bermeio de Toro".
De igual manera, en 1352 Pedro I "el Cruel", da castigo para los que cometieran fraude por vender otro vino que no fuera el vermeio de Toro, "faciendo arte e engaño, no seyendoansi, que les sea tomado el vino et las odres et las bestias".
Se le reconocieron efectos saludables y medicinales. Desde Sevilla, mediado el s. XVI, el doctor Monardes deja constancia de que "el mejor vino que se ha aquí bermejo es el de Toro", y el famoso médico de Carlos V, Francisco de Villalobos, lo prescribía como medicina. Antes de eso, el Arcipreste de Hita había encomiado su portaleza "do han vino de Toro non Beben de baladí" en la tragicomedia de Rojas, la vieja Celestina.
Tan celebrado tinto es el "que da buen zumo a la pez" en palabras de Quevedo, o la frase "en ricos vasos de oro, aloques de Toro" o el rubí que Góngora desataba en oro para curar la melancolía y el que Lope de Vega rastreaba en las riberas del Duero en "el racimo pesado / con verdes hilos al sarmiento atado". Con sobrados motivos se ha dicho del de Toro "el rey de los vinos".
La colonización de América incrementó la demandade los caldos toresanos, aureolados de prestigio que, a diferencia de otros más endebles que podían "añejarse", se convervaban varios años y resistían el paso del Atlántico sin dificultades. Por ello Cristóbal Colón lo llevó dando nombre a una de las carabelas "la Pinta", por llamarse así una medida de bebida en la época.
A comienzos del S. XVI, debido a la fama del vino de Toro, las áreas de cultivo de la vid se extienden a costa de los montes, incrementando su precio en casi un 360%. De aquella expansión y de la riqueza que generó son testimonios plásticos las espléndidas promociones arquitectónicas y la intensa actividad creadora de los talleres artísticos entonces radicados en esta ciudad, que hoy densifican y enaltecen al Conjunto Histórico-Artístico de la ciudad de Toro.